Cielo Arriba

10.3.12



Hay días en los que siento que me caigo en un agujero profundo, en una especie de horma como un queso fundido y caliente que después de juntar restos de migas, de sol en la mesa, de llovizna del fin de semana, de alas de moscas y polillas despellejadas por las arañas, se vuelve a juntar y a espesar  hasta volcarse caliente en el molde de los días. Esos en los que, obviamente no me siento bien y necesito dejar correr todo de la misma forma en que el agua se escapa por el suelo y me inclino y caigo y me vomito en el fondo de cada uno de esos días hasta que me miro nuevamente.
Todos hemos abandonado algún juego por la mitad, incluso el que más nos comprometía cuando parafraseábamos a Antonio Machado con aquello de “caminante no hay camino”. Y sin embargo los hubo a fuerza de golpe y traqueteo y sangre y espera y lágrimas y jazz por la noche en otro sitio lejano que nos recordaba cuánto amábamos la trompeta desde que éramos pequeños y supimos que el blues posibilitaba la libertad, entonces despreciamos el jazz blanco y pasamos a admirar a los negros. “Vos sos traicionero como todos los blancos” le había dicho ella mientras lo observaba furibunda desnuda de pies a cabeza. Hubo excepciones claro, pero el desprecio por la libertad existió siempre desde que existieron los blancos en desmedro de los negros. Algo así como la noción de gobierno del peronismo y el radicalismo; una secesión eterna del olvido y el perdón, del dolor y el avasallamiento. Y así no se gobierna nada ni a nadie.


(Ver completo en Obra Literaria ) 


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