Rastros del grito
04 de julio de 2013
I
Mirar
hacia adentro,
Y
encontrar al Armando que supo nacernos
A
la sangre, armados hasta los dientes
De
sílabas y magnolias, de insolencia y rebeldía
Para
cortar el gris de una dentellada seca;
Para
definir al uniforme como a la guerra,
Con
la misma piel muerta desde el día anterior
Sin
pan ni sol, sin boca y sin regresos;
Armados
hasta el horizonte
Con
todo el viento en los puños, y enarbolarlo
Por
sobre las injusticias, y que se sepan;
Que
ni una sola mujer ni un solo hombre
Vuelvan
a caer mordiendo la luz,
Y
que este continente siga el grito
Hasta
parir la otra América;
La
que marcha con el riesgo de vivir
Con
su memoria a medio blanco, con su alarido
Siempre
por nacer hasta girar las veletas,
Y
que el sol borre las sombras por el sur
Hasta
el límite consciente del ángel de la inocencia,
Y
el futuro guarde nuestro nombre
Por
cada vez que digamos ¡Basta!,
O
nombremos la Paz y el Pan
Con
el abrazo, o solo con la mirada.
II
A propósito de Obama en
Argentina
24/03/2016
Y
es que en un solo punto
hemos
estado de acuerdo siempre, más allá
de
vanaglorias o imbecilidades,
propias
de quienes construimos
esta
forma de ser inconscientes;
deleznables
seres de una luz mortecina,
caminando
entre grillos y desagües,
hasta
la cornisa siempre y el suicidio
a
contramano de la comparsa.
Porque
nacimos al carnaval, con una flor
apretada
entre los dientes y el retrato de Gardel
mirando
lejos, siempre allá, la sonrisa afuera.
Entonces
crecimos imbéciles, criamos imbéciles,
elegimos
imbéciles, salvaguardamos imbéciles,
aplaudimos
imbéciles, y esperamos milagros
sin
percibirnos imbéciles.
Aguardamos
engañados a la vuelta de la esquina
el
vuelto en monedas de nuestra propia imbecilidad,
y
por supuesto, nos estafan sin que sepamos
por
qué tanta desidia, tanto elogio barato,
tanta
reverencia en su propio idioma,
tanto
inglés fosilizado contra el paladar
en
un rancio “Mister” impostado y sangriento.
Es
que como buenos imbéciles,
hemos
estado siempre de acuerdo
en
las mismas imbecilidades sin cuidar del vecino,
de
los geranios de enfrente, del anciano solo,
del
niño, del hambriento, del abrazo,
de
los sueños rotos, del desaparecido,
del
camino siempre andando al revés del país,
y
esta memoria que nos recuerda
que
seguiremos estando en desacuerdo entre nosotros,
imbéciles
de una misma tierra, un mismo lenguaje
y
una misma mirada, intentando dejar de lado
nuestra
imbecilidad más miserable,
sin
imbéciles que vengan a adoctrinarnos.
Miguel Hernández
Cosquín - Córdoba